jueves, octubre 05, 2006

EL RELEVO

Después de tantos años, por fín llegó el día.

Antonio llevaba tres años esperándolo, ansioso. Hoy era el día en que se retiraba, en que dejaba a la familia que le había acompañado tantos años de trabajo.

Ahora, debía cumplir con la tradición, y transmitir a su sustituto toda la experiencia, el saber hacer que había acumulado en cuarenta y cinco años al cargo de la portería, igual que Agripino hizo con él..

Deseaba que el joven que le iba a relevar continuara con su labor, barriendo la escalera, bajando las bolsas de la basura, subiendo a los vecinos el correo todas las mañanas... Y todo por un sueldo de pena. Pero, así era la vida que habían elegido, al fín y al cabo.

Con una sonrisa triste, amagó una lágrima y comiendo un trozo de pastel, salió por el portal, sólo, sin mirar al ojo electrónico del plateado artefacto que habían instalado en el zaguán.

miércoles, septiembre 27, 2006

PESADILLA DE DÍA

Luis no podía dormir.

Se imaginaba encerrado en la fábrica, en la cadena de producción, observando con monotonía como pasaban las piezas.

Pensaba en el sueldo ajustado, en los turnos rotativos que tenía que sufrir. Salir una semana a las dos de la tarde, y a la siguiente, pasar la noche fuera de casa, encerrado entre polvo y asfixiante trabajo.

Levantarse, trabajar y volver a casa, donde le esperaba su familia, y vuelta a empezar.

Sin complicaciones.

Sin problemas en la bolsa.

Sin Hacienda persiguiéndole.

Sonriendo, se durmió.

martes, septiembre 26, 2006

TENÍA RAZÓN

No pensaba en escalar montañas, desde luego. Arriesgar su vida por deporte no era lo más divertido, repetía a sus amigos, mientras los veía preparar la ascensión. Era peligroso, y ellos no veían el peligro.

Un día dijo “¡Qué demonios! Tendrán razón”, y les acompañó.

“Pues tenía razón, nos jugamos la vida por nada”, dijo su buen amigo Rubén, en su funeral.

domingo, septiembre 03, 2006

EL ALMACÉN


El teléfono sonó justo cuando llegó a casa.

Se había tirado diez horas encerrado en la fábrica, haciendo que la sección funcionara, y no tenía ganas de continuar con los problemas. El trabajo de encargado tenía sus momentos buenos, pero desde luego, las obligaciones podían venir cuando menos las esperabas.

Suspiró y descolgó. A ver qué pasaba ahora.

-¿Sí?, preguntó al pequeño teléfono, esperando todavía que alguien se hubiera equivocado de número.

-¿Toni?- Dijo alguien al otro lado. No se habían equivocado.

  • Dime, Carlos, dime.

  • Mira, es que he salido al almacén a dejar un palet, en mitad de un pasillo, porque no hay sitio...

  • Ya, lo se. No podemos hacer nada con eso, al menos, hasta que terminen el nuevo centro logístico.Entonces ya tendremos sitio de sobra...

  • No, si ya lo se. El caso es que al entrar en el pasillo, se ha caído una fila de las que estaban por detrás, de cuatro palets de altura, y me ha tapado el camino. No puedo salir por allí.

“Genial”, pensó Toni. “Otro desastre para limpiar mañana, y otro marrón que comernos ante gerencia por roturas...”

  • Sal por el otro lado, y mañana ya lo limpiarán. Deja los palets por el otro lado...

  • Esa es la cosa. Por el otro lado está cerrado también. Hay como tres filas en mitad del pasillo y no se puede pasar. Estoy encerrado en el pasillo... con el torito.

“Fantástico”. Más lios...

  • Bueno, baja del torito y sal andando, con la llave. Deja ese ahí, y coge otro...

  • El caso es que no puedo salir. Estoy encerrado, pero encerrado. ¿Podrías enviar a alguien a mover algunos palets para que pueda salir? No es cuestión de que me caiga o me corte con los azulejos al intentar salir...

  • Sí, claro, no te hagas daño, encima...

  • Bueno, pues espero un rato, a ver si vienen.

  • Vale, voy a ver...

Colgó y marcó el número del hornero.

  • ¿Sí, quien es?

  • Marcos, soy Toni. Dice Carlos que se ha quedado encerrado en un pasillo del almacén, porque se le han caído unos palets y le cierran la salida.

  • Ah, pues no sé nada...

  • Mira a ver si te puedes acercar y ver si entre los dos podeis hacer un hueco para que salga con el torito, o al menos, que salga él andando.

  • Vale, ¿dónde está?

  • Hombre, pues en el almacén...

  • Ya, pero ¿en el A o en B?

  • Er... pregunta a Sandra, que ella sabrá donde están sacando el material.

  • Vale. Miro y te digo algo.

  • Venga, hasta ahora.

Toni suspiró y marcó el número de Carlos. Sonó cinco veces, y finalmente, se puso el contestador.

“Que raro”, se dijo. “se le habrá caído, o lo tendrá en el bolsillo y no lo habrá escuchado”.

Cerró el coche con llave, y llegó hasta la puerta del bloque de pisos. No tenía ganas más que de meterse bajo la ducha, cenar algo rápido y salir a tomar una cerveza. Con un poco de suerte, en una horita estaría en el pub, charlando con Luis y Carmen.

No había llegado al ascensor, cuando volvió a sonar el teléfono.

Era Carlos.

  • ¿Si, Carlos?

  • Toni, que si has llamado a alguien...

  • Sí, sí, he hablado con Marcos y se acercará a ayudarte. Retirais lo que podeis y mañana ya se limpia...

  • Vale, entonces, espero a que venga.

  • Ah, te he llamado, y no me lo cogías...

  • Pues no lo he escuchado... Que raro.

  • Bueno, da igual. En un momento, irá Marcos y sales de ahí. Si hay algún problema, me llamais.

  • Vale, espero entonces...

Subió hasta su piso, y entró.

El calor de agosto había caldeado la vivienda, y al no haber ventilado el piso en todo el día, el ambiente era sofocante.

Abrió las ventanas del salón, y se fue hacia la ducha.

No se había quitado la camiseta, cuando volvió a sonar el teléfono... No tendría mucha paz esa noche...

Era Marcos.

  • ¿Toni?

  • Dime, Marcos.

  • Sandra dice que no sabe en qué almacén lo está sacando Carlos. Han tenido algo de jaleo esta tarde y no se ha podido acercar allí.

  • Vaya...

  • Además, pregunta si querías algo, porque has llamado antes...

  • No, no. He llamado a Carlos, pero no lo ha cogido. Mira a ver si está en el B, que es donde lo dejaban esta mañana...

  • Ah, vale, entonces voy a ver...

  • Bueno, ya me cuentas.

  • Hasta luego.

Suspiró otra vez. ¿Por qué las cosas raras pasaban siempre a estas horas? Si hubiera sido hacía sólo dos horas, estarían todos allí y en un momento, todo resuelto.

Se metió en la ducha y agradeció el chorro de agua templada que le quitó el sudor, la pesadez y el cansancio de encima.

De todas maneras, se sentía intranquilo. Tenía la sensación de que algo no iba bien. No podía precisar qué era exactamente, pero algo de la conversación con Marcos le había dejado inquieto.

Le molestaba más la sensación de no saber qué era, que lo que podía ser.

Acabó de vestirse para cenar, cuando sonó el teléfono.

  • ¿Toni? Soy Carlos.

  • Sí, Carlos. Oye, ¿en qué almacén estás?

  • ¿Cómo dices?

  • Que en qué almacén estás, para que vaya Marcos. O ¿ya ha ido por ahí?

  • No, que va. Aquí estoy, esperando. He intentado salir entre dos filas de palets, pero cualquiera se atreve a meterse por ahí...

  • No, mejor no. Espera a Marcos y no te muevas.

  • Vale, pero que se de prisa, que se está poniendo oscuro.

  • Hombre, están los focos...

  • Ya, pero no parece que funcionen muy bien. Esto se está poniendo oscuro.

  • Bueno, ahora se acerca Marcos y te ayuda.

  • Vale. Espero, entonces.

La línea enmudeció de repente. “La batería”, conjeturó. Eso explicaba que no hubiera sonado antes.

“Mierda, no me ha dicho el almacén donde está”.

Llamó al teléfono de Carlos, esperando que al menos, se diera cuenta de que llamaba y la batería aguantara un poco más.

Nada, volvió a saltar el contestador.

Al colgar él, llamó Marcos.

  • ¿Sí?

  • Toni, soy Marcos. He salido al almacén B, pero no veo nada raro...

  • ¿No hay ninguna fila en el suelo?

  • Bueno, hay pasillos cerrados. No veo lo que hay detrás. ¿Dónde está Carlos?

  • Pues acabo de hablar con él, y no me lo ha podido decir. Se le ha acabado la batería a su móvil.

  • Ah... como le has llamado, era por si habías podido hablar con él...

  • Sí, pero no ha podido decírmelo.A lo mejor está por el otro lado. Ayer entraban por el otro lado. Seguro que está por el otro lado.

  • Voy a mirar, pues. Sandra está aquí también, iremos los dos juntos.

  • Vale, me llamais con lo haya.

La sensación de que algo no iba bien crecía en una parte de su cerebro, pero la descartó, pensando que se debía a lo extraño da la situación.

Fue hasta la cocina y se abrió una barra de pan. Se hizo lo que su hermano llamaba “energía de combate”, bien cargadito para aguantar una noche de copas, que para eso era viernes.

Con un poco de suerte, una vez resuelto esto, no le molestarían en todo el fin de semana. Por la mañana iría a la fábrica, vería el desastre, que ya habrían recogido en parte los de la limpieza, y buscaría un sitio seguro para el resto de palets.

Al coger el bocadillo, ya con la boca abierta, se vió interrumpido por la cancioncilla del teléfono.

  • Carlos...

  • Sí... Oye, Toni, no es por molestar, en serio, pero esto se está poniendo oscuro, y va a ser chungo vernos bien para salir de aquí.

  • Ya van para allá Marcos y Sandra. Tú estás bien, ¿no?

  • Sí, estoy bien, pero llevo aquí como media hora y no veo movimiento...

  • Ah, ¿estás en el almacén B?

  • Sí, claro, pero por la parte de atrás.

  • ¿Cerca de la puerta de los camiones?

  • No, más al fondo...

  • Vale, ahora se lo digo a Marcos y te llamo.

  • Bueno, pero que no tarden.

  • Tranquilo, que ya van.

  • Hasta ahora.

  • Adiós.

Marcó la rellamada a Marcos.

  • Marcos, soy Toni.

  • Dime.

  • Está en uno de los pasillos del B, entrando por detrás, por la parte de la puerta de los camiones.

  • Vale, vamos para allá.

  • Oye, ¿están rotos los focos?

  • ¿Los focos? No, que va... están todos en marcha. Hay mucha luz.

  • Es que dice que se está haciendo oscuro...

  • Pues no sé, aquí hay luz.

  • Vale, acercaros y mirad. Si está muy complicado, ya veremos como lo resolvemos.

  • Bueno. A ver qué ha pasado...

  • Venga, hasta ahora.

Volvió a llamar a Carlos.

  • Dime, Toni.

La voz que sonaba no era la de Carlos. Era de una chica. De Sandra. Buena señal.

  • Oh, Sandra. Nada, era para ver como estaba el tema...

  • Todavía no hemos llegado. No tardaremos. Llevo el movil de Carlos porque se lo había dejado, y como habías llamado, por si querías hablar con él.

  • Vale, vale... De todas maneras, ya me llama él. Aunque tiene la batería algo descargada, y se corta.

  • Ajá. En cuanto le encontremos, le daré el móvil para que te llame.

  • Venga, ya me decís.

  • Hasta ahora.

Al cortar, sintió que se le escapaba algo. Esta vez, no era una sensación. Casi podía ver una sombra vagando ante sus ojos, susurrándole algo...

Algo que no encajaba... algo que no estaba bien...

El sonido del teléfono le sacó de sus pensamientos.

  • ¿Sí?

  • Hola. ¿Viene ya Marcos o no?

  • Sí, sí, está al llegar.

  • Eso espero, que esto se está poniendo muy oscuro. No veas como acojona estar aquí. Parece que se va a caer todo...

  • Pero, ¿no hay luz?

  • Sí, algo. Sobre todo al fondo, pero no llega bien hasta aquí. Muchos palets apilados, supongo.

  • Ah, vale. Oye, te llevan el móvil, cuando estés fuera, llamais, para saber que ya está todo bien. Los palets lo dejais en otro sitio, que mañana les buscamos un hueco.

  • Vale. Ah, mira, creo que ya los oigo. Vienen unos cuantos...

  • Sí, va Sandra también.

  • ¿Sandra? Pues parece un tío... En fin, oye, que tengo que irme. Ya te llamo.

  • Vale, hasta ahora.

Se abrió la cerveza y tomó un largo trago, frío, renovador... cuando una idea le surcó la mente.

El teléfono. ¿Cómo había llamado Carlos si el teléfono lo tenía Sandra? Eso era lo que le molestaba...

Marcos llamó entonces.

  • Toni. Estamos frente a la fila que se ha caído. Menudo desastre...

  • Vale. ¿Está ahí Carlos?

  • Se ve la luz del torito... pero... a él no lo vemos.

Un grito de mujer, amortiguado por la distancia, llegó hasta sus oídos.

  • ¡Joder!

Esa era la voz de Marcos...

  • ¡¿Qué pasa?! ¡Marcos!

  • Toni, tío...

El sollozo de Sandra sonaba de fondo, entrecortado sólo por un “No, no, no...”

  • ¡¿Qué pasa Marcos?!

  • Toni...

  • ¡¡¿Qué?!!!

  • Carlos... está debajo de los palets...

Un sudor frío recorrió la espalda de Toni, mientras la voz de Marcos comenzaba a convertirse en un lloro...

  • ¡¡No se mueve!!

Se quedó inmovil. El bocadillo, la cerveza, la tele, que estaba encendida frente a él, dejaron de tener sentido, mientras intentaba poner algo de sentido a todo esto...

Entonces, se cortó la llamada.

Volvió a sonar, y esta vez, era Carlos.

  • ¿Sí?

Aunque no quiso, el “Sí” sonó tembloroso, sin fuerza.

  • Oye, que ya estoy listo. Han venido a buscarme. Me voy, ya te llamo luego, si eso.

  • Sí, sí...

No podía articular ninguna palabra más. Aunque tenía que ser una broma. No podía ser real.

  • Te dejo, que estos tienen prisa. Un saludo.

Desde el otro lado, la llamada se cortó.


miércoles, junio 28, 2006

PAOLA

Llovía
Paola estaba en la calle, mojándose. No recordaba cuanto tiempo llevaba en esa acera, pero era seguro que, cuando llegó, ya llovía.
Pero no podía irse, todavía no. No había podido hablar con nadie, y no tenía dinero para darle a Jonás.
Una luz en una ventana llamó su atención. En ella, una niña, tapada con una mantita, le observaba, y, al momento, una figura, que sería su papá, la abrazaba, llevándola dentro.
Una triste sonrisa asomó por sus envejecidos labios, recordando cuando, no tantos años atrás, su papá también la mecía, en una gastada mecedora, mientras veían la puesta de sol de su Ecuador natal.
¡Cuanta suerte tienen las niñas de este país!, pensó. No tienen que abandonar a su familia, y aventurarse más allá del mar, acompañadas de sus hermanos pequeños, engañadas, y sin saber si podrán volver a ver a los suyos.
Ahora, las caricias que recibía, eran dolorosas, pero necesarias para vivir.
Vió que un hombre se acercaba, y se preparó para abordarle. Esperaba poder irse con él, sino su hermanito, volvería a amenazarle con la navaja.

jueves, junio 22, 2006

PAULA

Llovía.
El agua caía tras la ventana creando un inquietante velo que cubría en parte la calle.
Pero a Paula no le importaba. Le gustaba la sensación de calor que daba el radiador, mientras veía como en la calle todo se mojaba, y los pocos que pasaban por ella, aceleraban el paso, para llegar pronto a casa.
Cogió su manta, se envolvió en ella, y, con la compañía de su osito, continuó observando a la mujer que iba, arriba y abajo, por la acera de enfrente.
A Paula también le gustaría estar en la calle, sintiendo el agua sobre su pelo, como esa señora, pero sus papás no le dejaban salir cuando llovía. A la señora no le importaba mojarse, y, de cuando en cuando, se acercaba a los señores que pasaban, y, una vez, uno le dio fuego.
Paula sabía que estaba esperando a que llegara su marido, porque es lo que hacen los maridos, llegar a recoger a sus mujeres. Luego, la llevaría a casa, y le diría cosas.
Como las que le decía su papá a su mamá. Luego, su marido entraría a dar las buenas noches a su hija, como hacía papá.
Paula lo sabía muy bien. Es lo que hacían los papás.
Ahora, hacía muy poquito que papá había acabado de gritar a mamá, y se había oído un golpe muy fuerte, más que otras veces. Seguro que su papá estaría subiendo las escaleras, para darle los besitos de buenas noches.
Paula cerró los ojos, apretó el osito contra su cuerpo, y se encogió bajo la manta, esperando a que su papá abriera la puerta, como todas las noches.

miércoles, junio 21, 2006

EL ARTEFACTO QUE VINO DEL CIELO

La tierra tembló ligeramente cuando se posó el artefacto.

Poco a poco, desplegó sus antenas, y dirigió sus cámaras a los monticulos circundantes.

Como era una nave de exploración, hizo lo que se suponía, y comenzó un breve viaje alrededor del abandonado e inútil módulo que la había traído hasta ese planeta desconocido.

Comenzó a emitir sus pitidos y señales a sus amos, alejados en la inmesidad del espacio, transmitiendo la imagen de un planeta abandonado y triste. A lo lejos, tras la línea del horizonte, creyó adivinar una columna de humo, ascendiendo a las capas superiores de la atmósfera, y decidió dirigirse hacia allí.

De repente, un grupo de ... algo... se le echó encima, desarmando y destrozando su maquinaria. Si hubiera tenido sentimientos y pensamientos complejos, se abría asustado. Por no hablar de reacciones físicas, claro.

Los habitantes de ese planeta, rudos y parlanchines, que se movían a dos patas y tenían extremidades para transportarlo, decidieron que el artefacto ya no suponía un peligro, y lo pusieron en una estantería, olvidado, mientras su sistema de reparación hacía malabares para reestablecer la comunicación.

La imagen que transmitió era una escena familiar, en la casa de uno de los habitantes de este planeta que le habían atacado sin motivo. Papá volvía de trabajar, mientras mamá ponía la mesa, el peque lloraba en su sillita y la niña recogía su tentáculo en una graciosa trenza.

Los técnicos de la NASA, finalmente, optaron por difundir las imágenes grabadas en Almería, y dar por perdida la sonda marciana.

sábado, junio 10, 2006

LA VISITANTE

Cuando le dijeron que la conocería, finalmente, al cabo de dos o tres semanas, se puso nervioso.

No había oído hablar muy bien de ella. De echo, todo el mundo le daba malas referencia.

Su cuñado la había conocido hacía sólo tres meses antes, y su hermana estaba llorando ahora...

Así que fue una sorpresa cuando llego el momento.

Ella fue extremadamente educada y amigable, tremendamente bella y agradable.

Le tomó de la mano y lo guió por el intrincado camino que tenía que recorrer.

Desgraciadamente, pensó, no podría volverla a ver.

Era un encuentro que sólo se disfrutaba una vez en la vida.

miércoles, junio 07, 2006

EL CAMINANTE

La luz de las farolas iluminaba la calle San Juan, sumergida por unas horas en la época medieval. La feria, que se celebra cada año a principios de junio, sirve para reunir algo de dinero para las fiestas, que se celebran unas semanas más tarde, en honor al patrón del barrio. No era una buena ambientación, desde luego.
Quizás sirviera para entretener a los ondenses de principios del siglo XXI, pero alguien que hubiera recorrido esas calles, siglos antes, en la época que intentaba representar, sonreiría con sorna ante los vanos intentos de los vecinos por recrear las calles.
Faltaban los olores, la suciedad propia de una sociedad todavía anclada en épocas oscuras, el calor de unos habitantes nacidos de la mezcla de culturas y, sobre todo, la imponente figura de la fortaleza en lo alto de la colina.
El caminante se detuvo a mitad cuesta, y miró hacia abajo. La imagen que ofrecía el final de la cuesta no se parecía en nada a lo que él recordaba.
De hecho, nada de lo que había visto recordaba apenas a la Onda que visitó por última vez hacía algo más de 20 años.
Los cambios acompañaban a la pequeña villa, igual que lo habían hecho con el resto del mundo, desde aquel frío día de invierno en que el caminante vio la luz del sol, apagada por las nubes, hacía ya demasiado tiempo.
Lo único que no parecía haber cambiado, era él.
Como siempre, sus primeros pasos en las antiguas calles, que tantas veces, a lo largo del tiempo había recorrido, le encaminaban, inexorablemente, a las puertas del Castillo.
No tenía necesidad de hacer ese camino, lo sabía.
El objeto de su interés ya no estaba allí. Había sido depositado en otro lugar, tan seguro como su antiguo receptáculo, y mucho más acorde con los tiempos que corrían.
Pero algo, quizás la nostalgia, quizás otra cosa aún más profunda, le conducía hasta aquel monumento a la barbarie, pero también a la nobleza humana, que estaba coronando con orgullo imborrable la vida de los ondenses, ofreciendo su protección, aunque estos no fueran conscientes de ello.
Cuando llegó a la Plaza de la Morera, no pudo evitar un escalofrío. Una sombra atravesó su recuerdo y el viejo dolor del hombro le recordó que pese a todo, no se puede escapar del pasado.
Ignoró los fantasmas que le visitaban de nuevo, y ascendió hasta la puerta del castillo.
Suponía que habrían cámaras de vigilancia, así que se limitó a sentarse frente a las puertas de hierro forjado, nuevas, impolutas, que habían sustituido a las recias hojas de madera que tantos golpes habían resistido.
No estuvo más de una hora allí, pensativo y ceñudo.
Se levantó y, preparado, se dirigió al que desde hacía tanto tiempo, se había convertido en su destino.

sábado, mayo 27, 2006

LA BOMBA

Agobiado por el fuego enemigo, buscó desesperado en la caja de plástico.
Al encontrar el frío tacto del cilindro metálico, sintió renacer una pequeña esperanza, y lo asió fuertemente.
Tiró de la anilla, y la fuerte explosión de frescor y burbujas recorrió su garganta, despejando en parte los efectos del sofocante sol.
Refrescado y con más ganas, volvió a la novela.

jueves, mayo 18, 2006

DISTINTO

Ese día se dió cuenta de que no era uno más.
Se levantó decidido a desmarcarse del resto, a ser él mismo y demostrar su individualidad.
Tiró sus monocromos trajes y se vistió con esa estrambótica ropa que guardaba para los días de fiesta.
Cogió la cartera roja, la que le regaló esa chica de la que ya no recordaba el nombre, y tiró su gastada y aburrida compañera de trabajo.
Se dejó un fino bigotillo sin afeitar y salió con una sonrisa distinta al portal.
Subió al coche, y consultando su agenda, se dispuso a afrontar una jornada laboral distinta.
Desde ese día, no sería como los demás.

martes, mayo 16, 2006

MASCARA

La blanca cara de la Luna se reflejaba en el líquido que manaba en abundancia en el valle, convirtiendola en una triste máscara roja.

¿SUEÑO?

Ya había soñado otras veces que caía, así que no se puso muy nervioso mientras veía que el suelo del barranco se acercaba peligrosamente hacia él.
Sabía que, antes de golpear contra él, se despertaría sobresaltado.
Entonces, recordó lo que había desayunado hacía apenas un par de horas.

lunes, mayo 15, 2006

NOCHE DE FE

El ruido del riachuelo le despertó de repente.
Se sentó en la cama, perpleja. No escuchaba ese sonido desde hacía... Agitó la cabeza. No importaba cuanto tiempo hacía. Lo importante era que el sonido provenía de fuera.
Y fuera estaba el lecho del riachuelo.
Se calzó y se puso una camiseta y un grueso pantalón. No olvidó coger la chaqueta.
“Si enfermo, no va a importar si el río lleva agua o no”, se dijo.
De todas maneras, estaba nerviosa.
Si realmente eso que sonaba era agua...
Desestimó la idea de despertar a Toni, que estaba durmiendo plácidamente en la cama que compartían desde hacía tres semanas. Probablemente, se trataba de una pequeña fuga en los depósitos de la cabaña. Si notaba que esta era preocupante, lo despertaría. Si no era muy grande, ella misma podría taponarlo sin su ayuda.
Pero el sonido persistía...
La boca se le resecó de repente, recordando el frío gusto del agua de manantial recorriendo su garganta e hidratando sus mucosas.
Se obligó a rechazar la sensación y se apresuró a coger el rifle.
Ella misma se sorprendió por tener siquiera la intención de armarse, pero la escasez de líquido atraía a muchos desesperados a las zonas montañosas, con la vana esperanza de encontrar algún manantial del que fluyera agua sin contaminar.
No estaba de más tomar alguna precaución. Su reserva de agua se basaba en un proceso de condensación del agua en suspensión en la atmósfera, muy rudimentario. Cualquiera podría pensar que tenían reservas de sobras, y la sed tornaba a las personas violentas e irracionales.
Comprobó el arma. Estaba cargada con tres cartuchos, pero cogió dos más . “Por precaución”, se dijo.
Se acercó a la puerta de la cabaña, temblando.
No estaba segura si era por el frío o por la emoción. “Quizás sea el miedo”, pensó.
Estaba segura que escuchaba el sonido de agua manando por el breve cauce, y eso la asustaba mucho más que la posibilidad de encontrarse con algún desperado en mitad de la noche. Su entrenamiento como marine le bastaba para controlar eso, pero no para enfrentarse a la otra cuestión.
Si había agua en el riachuelo, debía despertar inmediatamente a Toni. Tenían que construir una pequeña presa para mantener controlada el agua y someterla a análisis. Con sólo un 5 por ciento del agua dulce de la que antiguamente se consideraba potable en condiciones de ser utilizada sin riesgo, no era cuestión de mantenerla a la intemperie y sin protección.
Deberían canalizarla y almacenarla, llamar a Charles y organizar una manera de transportarla hasta el valle, donde ya estaban sufriendo los rigores de la escasez.
Mucho trabajo para tan poco tiempo. Si los buscadores de agua descubrían el lugar antes de que pudieran establecer un sistema efectivo de vigilancia, podrían perder todo el trabajo realizado, y lo que era peor, el agua acumulada.
“Agua límpia, del interior de la montaña...” Su mente volvía a recrear el frío sabor del insípido elemento bajando hasta su estómago.
Volvió a obligarse a regresar al “ahora”, y tecleó el código de apertura.
El “Clack” de la cerradura acompañó al escalofrío que recorrió su columna, y asió el pomo de la puerta.
Inspiró con decisión y salió al bosque.
A su derecha, tras tres círculos de vallas electrificadas, se alzaban los dos depósitos, conectados al aparato que condensaba la humedad del aire. Lento, pero que proveía de agua limpia a la pareja.
Más allá de las redes de camuflaje, se tendía, en teoría seco, el lecho de un pequeño río. En realidad, un simple desagüe para las épocas en que la nieve se derretía. Cuando todavía había nieve, claro... Ahora, rara era la lluvia, y la nieve se encontraba en los picos más altos y fríos del planeta, en poder de cualquiera de las tres grandes corporaciones.
Ahora, tenía que estar completamente seco, con la tierra resquebradiza y las piedras resecas.
Pero sonaba el agua.
En algún lugar, corría agua en libertad.
Se acercó sin prisa, sintiendo que el corazón pugnaba por salirle del pecho, mientras el sonido continuaba creciendo en sus oídos.
No era el sonido de una gran cantidad de agua, sino el continuo discurrir de un fino hilo de oro transparente sobre los cantos rodados. Agua en libertad. Pura y cristalina.
Sólo le separaban veinte escasos metros del origen del sonido, y agudizó el oído. Encendió la linterna, ya que los focos que había encendido para controlar el perímetro no llegaban hasta el río.
Dirigió la mirada hacia él, y sollozando, cayó de rodillas, sin creer lo que veía.

domingo, mayo 14, 2006

EL RELEVO

Después de tantos años, por fín llegó el día.

Antonio llevaba tres años esperándolo, ansioso. Hoy era el día en que se retiraba, en que dejaba a la familia que le había acompañado tantos años de trabajo.

Ahora, debía cumplir con la tradición, y transmitir a su sustituto toda la experiencia, el saber hacer que había acumulado en cuarenta y cinco años al cargo de la portería, igual que Agripino hizo con él..

Deseaba que el joven que le iba a relevar continuara con su labor, barriendo la escalera, bajando las bolsas de la basura, subiendo a los vecinos el correo todas las mañanas... Y todo por un sueldo de pena. Pero, así era la vida que habían elegido, al fín y al cabo.

Con una sonrisa triste, amagó una lágrima y comiendo un trozo de pastel, salió por el portal, sólo, sin mirar al ojo electrónico del plateado artefacto que habían instalado en el zaguán.

viernes, mayo 12, 2006

EL TRABAJO

Estaba nervioso.

Era su primer día de trabajo, y no quería hacerlo mal.

En un país desolado, tener trabajo era un privilegio.

Y él siempre había sido un hombre honrado, que había huido de los malos consejos. Se merecía esta oportunidad.

Y ahora, por fin, este trabajo iba a mantener a sus tres hijos y a su esposa.

Por eso, cuando su capitán dio la orden de disparar, el casquillo saltó, caliente, de la recamara de la pistola.

Esa bala, mató a dos hombres: al gimoteante muchacho que aguardaba de rodillas, y al hombre que se convirtió en verdugo.

jueves, mayo 11, 2006

DECISIÓN

Al sumergirse, un súbito frescor recorrió su acalorado cuerpo.

El mundo real pareció desvanecerse, mientras la fría agua apartaba el agobiante calor que tanto le molestaba. Sus problemas en la empresa, en el hogar, de repente dejaron de tener importancia.

Abrió los ojos y contempló la tranquilidad del fondo del lago, donde creyó adivinar un pequeño pez que nadaba, ajeno a todo, entre la hierba sumergida.

Casi olvidó el motivo que le había impulsado a sumergirse a esa hora, cuando todos descansaban en la orilla.

Casi.

Con una sonrisa, siguió el nado del pez, y aspiró con decisión.

BIENVENIDOS

Este es un nuevo blog, en el que voy a publicar los relatos, microrrelatos, e incluso nanorrelatos que vayan surgiendo de mi mente.
Espero que los disfrutes, que los comentes y que hagan de tu lectura un rato agradable.
Un saludín