miércoles, noviembre 05, 2014

Tortura

Me siento. Espero unos segundos, hasta sentir que los músculos se rebelan y gritan pidiendo estirarse. Me levanto. Se estiran con un dolor que podría hacer que me desmayara, sino fuera porque estoy acostumbrado a él.
Llevo décadas sitiéndolo, así que he aprendido a dominarlo y a soportarlo sin necesidad de soltar unas lágrimas que incendiarían mis mejillas. Aguanto.
Me siento. Protestan, pero resisto.
Antes de que mis rodillas se bloqueen, me levanto de nuevo. El dolor recorre los gemelos y se detiene en las pantorrillas. Noto como se endurecen. "Subir la bola" le llamaba a esto  mi padre. Algo que sucede mucho en la adolescencia, pero yo hace mucho que dejé atrás esa dorada y amarga etapa de mi vida.
Evito el problema volviéndome a sentar. Parece que aguanto bien y que podré superar esta tortura a la que me están sometiendo. Sé que lo lograré.
Superaré la prueba y demostraré a todo esos salvajes que soy mejor que todos ellos juntos.
Pero se hace tarde, así que casi lo dejo para mañana. Me levanto, me apoyo en la máquina que tengo al lado y voy hacia los vestuarios, intentando disimular que estoy a punto de caerme al suelo.
Mañana igual hago más de cinco sentadillas.
Se van a enterar...

viernes, octubre 24, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo Ocho)


8. El baño

El rastro que llevaba hasta la bañera ya había sido contaminado en parte por mi primera revisión, así que no me molesté demasiado en ser cuidadoso. En ocasiones, hay que ser proactivo para conseguir alguna respuesta que no puede esperar.
Ya me apañaría con Doc cuando viera el estropicio.
Veamos.
La sangre llevaba hasta la bañera. Un largo camino con la chica a cuestas. Mucha sangre. Se ha debido ensuciar mucho.
La sangre de la bañera es muy oscura, densa. Si se trata de sangre mezclada con agua, debería ser más clara. Eso, o hay más de la que esperaba en un primer momento.
Sin embargo, había muchas salpicaduras en las paredes.
El cabrón que había hecho esto no se había cortado. Posiblemente le había golpeado en la cama hasta dejarla sin sentido. Le había cortado en los brazos y el tronco, y luego la había traído hasta aquí para rematarla.
La pobre criatura tenía el cuello cercenado y todavía manaba algo de su líquido vital a través de la espantosa herida que semejaba una segunda boca.
Con cuidado de no dejar más rastros, me fijé en el suelo del baño.
Sí, junto a la bañera había dos huellas. No eran muy visibles, pero se notaba que alguien había estado, con botas, quieto frente a la bañera. Alguien que había aguantado el tipo mientras asesinaba de manera atroz a la pobre muchacha.
Deseché la imagen de mi mente y continué con la inspección.
El inodoro también estaba lleno de sangre. Salpicaduras. Pero también se veían, claramente, marcas de dedos. Como si hubiera limpiado parte del mismo o se hubiera apoyado en él.
Todo el mundo tenemos necesidades. Hasta los asesinos.
Me fijé en los espejos que había en la pared.
A alguien le había parecido una gran idea poner espejos ahí. Los hombres nos emocionamos mucho cuando vemos nuestro reflejo al orinar, desde luego. Era algo que no conseguía imaginar en la cabeza del diseñador o diseñadores del Marlowe.
Siempre creí, en mi fuero interno, que ahí había cámaras.
Existían  modelos que podían estar en los techos o en las paredes y pasar desapercibidas, pero en un lugar como el Marlowe, uno se imagina juegos de espejos falsos y cámaras detrás de ellos.
Y la sorpresa…
Las marcas de dedos manchaban los bordes de los espejos. Alguien los había apartado y vuelto a colocar.
No podía esperar a que llegaran Doc y Ferrán. Tenía que averiguar si habían accedido a la habitación desde ahí.
El espejo no parecía suelto, pero aún así, estaba convencido de que había sido quitado y vuelto a colocar. Mi intuición.
No cedía, pero insistí moviéndolo hacia adelante y atrás, intentando que se moviera de alguna manera. Fue inútil.
Estaba estropeando las posibles pistas que había en el baño, y no conseguía ningún resultado. Doc se enfadaría y haría llegar a Salamanca un informe acerca del asunto, que seguramente me supondría alguna reprimenda. O no, vete a saber. Tampoco es que me importara demasiado. En este trabajo valían los resultados, y por ahora de esos tenía muchos positivos.

Suspiré y volví la vista hacia la pobre chica degollada. ¿Por qué la había matado y dejado en la bañera. Realmente, no tenía sentido. Podía haberla dejado en la cama tranquilamente, porque no pretendía pasar desapercibido, ni limpiar el desastre después. Algo quería decir eso, pero maldito era si sabía qué era exactamente.

viernes, octubre 10, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo siete)


La muchacha se quitó el ligero vestido que llevaba puesto. Lo hizo con elegancia y sin perder la compostura, cosa que sorprendió a su entrajado acompañante. Su desnudez hizo que él se pusiera más nervioso todavía, y tragó saliva.
Asió con más fuerza el maletín, como si fuera el ancla que le permitiría salir de allí y volver a la carrera huyendo del que estaba en la otra habitación.
Tras catar por primera vez los labios de la chica, había tomado la precaución de cerrar la boca y dejar de respirar en cada beso. El poso quedaba en sus labios, pero evitaba tragar toda la droga que ella le introducía con cada uno de sus apasionados contactos.
— ¿No te gusta lo que ves, corazón? – Su voz, sensual, parecía incrementar el efecto de la droga, así que tomó la determinación de actuar antes de caer bajo su influjo.
— Sí… Er… Sí, claro. Eres… Preciosa. Pero… Déjame que entre en el baño… Ponte cómoda, que vuelvo enseguida.
— Claro, cielo, claro… — Pasó su mano por su mentón, y se fue, contoneando sus caderas, hasta la cama que flotaba en el centro de la habitación.
El entrajado entró en el baño y descubrió un pañuelo de tela, junto a unos arcaicos enseres de afeitado. Hacía años que no utilizaba una de esas cuchillas, pero no podía parar a contemplar las excentricidades del servicio de cortesía del hotel. Cogió el pañuelo y se limpió la boca con brusquedad, buscando eliminar cualquier rastro del psicotrópico.
Se lavó la cara, frotando otra vez los labios y se atrevió a hacer gárgaras.
Fuera, Shantia, miraba la puerta con una sonrisa de satisfacción. Parecía que el tipo llevaba dinero y no parecía muy lanzado, así que tendría que esforzarse un poco más. Cogió el pastillero que llevaba en el cinturón, que descansaba en el suelo, y se embadurnó los labios con un poco más de Ceniza de Sal.
Caería, vaya si caería, el amigo del maletín…
Este seguía en el baño, nervioso. No sabía qué hacer. Pensaba en salir corriendo, abrir la puerta y lanzarse escaleras abajo. Solo era un piso y podría estar en la calle en apenas unos segundos.
Luego volvería sobre sus pasos y se perdería de nuevo entre la gente que ocupaba la zona de juegos. Estaría fuera del alcance de su perseguidor en unos minutos.
Tomó aire, pero notó como le sobrevenía un pequeño mareo.
Obviamente, algo de la droga había entrado en su organismo y con la agitación, estaba actuando de manera más rápida.
Intentó normalizar su respiración, y se apoyó en la pared. Se lavó de nuevo la cara, y buscó un lugar donde sentarse. El inodoro le pareció un buen sitio.





sábado, septiembre 20, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo seis)


La muchacha se quitó el ligero vestido que llevaba puesto. Lo hizo con elegancia y sin perder la compostura, cosa que sorprendió a su entrajado acompañante. Su desnudez hizo que él se pusiera más nervioso todavía, y tragó saliva.
Asió con más fuerza el maletín, como si fuera el ancla que le permitiría salir de allí y volver a la carrera huyendo del que estaba en la otra habitación.
Tras catar por primera vez los labios de la chica, había tomado la precaución de cerrar la boca y dejar de respirar en cada beso. El poso quedaba en sus labios, pero evitaba tragar toda la droga que ella le introducía con cada uno de sus apasionados contactos.
— ¿No te gusta lo que ves, corazón? – Su voz, sensual, parecía incrementar el efecto de la droga, así que tomó la determinación de actuar antes de caer bajo su influjo.
— Sí… Er… Sí, claro. Eres… Preciosa. Pero… Déjame que entre en el baño… Ponte cómoda, que vuelvo enseguida.
— Claro, cielo, claro… — Pasó su mano por su mentón, y se fue, contoneando sus caderas, hasta la cama que flotaba en el centro de la habitación.
El entrajado entró en el baño y descubrió un pañuelo de tela, junto a unos arcaicos enseres de afeitado. Hacía años que no utilizaba una de esas cuchillas, pero no podía parar a contemplar las excentricidades del servicio de cortesía del hotel. Cogió el pañuelo y se limpió la boca con brusquedad, buscando eliminar cualquier rastro del psicotrópico.
Se lavó la cara, frotando otra vez los labios y se atrevió a hacer gárgaras.
Fuera, Shantia, miraba la puerta con una sonrisa de satisfacción. Parecía que el tipo llevaba dinero y no parecía muy lanzado, así que tendría que esforzarse un poco más. Cogió el pastillero que llevaba en el cinturón, que descansaba en el suelo, y se embadurnó los labios con un poco más de Ceniza de Sal.
Caería, vaya si caería, el amigo del maletín…
Este seguía en el baño, nervioso. No sabía qué hacer. Pensaba en salir corriendo, abrir la puerta y lanzarse escaleras abajo. Solo era un piso y podría estar en la calle en apenas unos segundos.
Luego volvería sobre sus pasos y se perdería de nuevo entre la gente que ocupaba la zona de juegos. Estaría fuera del alcance de su perseguidor en unos minutos.
Tomó aire, pero notó como le sobrevenía un pequeño mareo.
Obviamente, algo de la droga había entrado en su organismo y con la agitación, estaba actuando de manera más rápida.
Intentó normalizar su respiración, y se apoyó en la pared. Se lavó de nuevo la cara, y buscó un lugar donde sentarse. El inodoro le pareció un buen lugar



viernes, septiembre 12, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo Cinco)


Quba no se sorprendió con lo que se encontró en la habitación 105. No tenía más de 19 años, pero ya había visto más de lo que muchos habrían considerado permisible para mantener la cordura.
Le indiqué con la mano que se mantuviera en un rincón. Lo que necesitaba de ella tenía que esperar hasta que encontrara algo que sabía que no podía estar muy lejos.
Me tumbé en el suelo, justo en el límite de las manchas de sangre, procurando no tocar nada. Lo que buscaba estaba junto a la cama, en el suelo.
Si quería cogerlo, debía pasar sobre la sangre, evitando contaminar las pruebas y hacerlo rápidamente. Yo no podía hacerlo, pero Quba sí. Bastó una señal para que saltara como un resorte, moviéndose como si fuera una brisa, una hoja mecida por el viento. Ligera, rápida. Y llegada el caso, mortal.
En unos segundos, sin saber muy bien cómo lo hizo, depositó el trozo de tela en la bolsa que yo sujetaba.
Lo comprobé a contraluz. Era un trozo de pañuelo de tela. Algo extraño, pero que sabía que estaría por allí. En el Marlowe dejaban uno de cortesía junto a los elementos masculinos. Maquinillas de afeitar y esas cosas. A los dueños les gustaban estos detalles. Daban prestigio al lugar.
Y ayudaban cuando se producían cortes.
Supuse que por mucho cuidado que hubiera tenido el asesino, se habría manchado, aunque fuera un poco. Era lógico que utilizara el pañuelo para limpiarse.
O tuve suerte, que también podría ser.
Esperaba que Doc pudiera conseguir muestras de la epidermis del bestia que hizo esto.
Pero esto no solucionaba el gran problema. ¿Era el asesino que había provocado este estropicio el que había matado a Shantia y a su cliente? Y si lo era… ¿Cómo lo había hecho?
Me arrodillé, de nuevo en el límite de la sangre, y miré a mi alrededor. Había algo que se me escapaba.
Quba se dio cuenta, y se situó, silenciosa, a mi lado. La vi balancear su cabeza, como hacía siempre que se concentraba en algo. Su mano tocó mi brazo, mientras señalaba el reguero de sangre que llevaba hasta el lavabo.
Afiné la vista, pero al principio ni vi nada. Necesité que ella saltara hacia la pared donde señalaba, tocando el suelo apenas con los dedos de los pies y marcando con un gesto el lugar adecuado.
Un borde extremadamente recto marcaba el lugar donde alguien, decididamente ágil y habilidoso, había apoyado su pie para dirigirse hacia el servicio. Alguien que, pese a todo, no podía igualar a mi chica.

Alguien había ido hacia ese lugar, y siendo el que comunicaba con el servicio de la otra habitación, seguro que había pasado por allí.

viernes, septiembre 05, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo cuatro)


4. La habitación 106

La chica entró delante de él. Le había dejado hacer todos los trámites para conseguir la habitación. Se había mantenido en un segundo plano y no paraba de mirar la puerta, esperando ver esa sombra que le iba siguiendo desde hacía varias horas.
Sabía que estaba en la calle, esperando un error por su parte y poder saltar sobre él. Para llevarse su preciosa carga.
— Vamos, cariño, que te veo nervioso… — Le agarró la mano y lo llevó hasta las escalera.
Subieron hasta el primer piso y se detuvieron en el descansillo. De repente, ella se giró y le lanzó un beso en los labios a su acompañante.
— Uhm… Estás un poco tenso, cariño… — Su mano bajó hasta el pantalón y su cara cambió de repente. – Bueno, nervioso, pero dispuesto…
Él tragó saliva y se dejó llevar. Solo estaba allí para poner espacio entre él y su perseguidor. Nada más.
Un ruido le sobresaltó. Alguien más subía por la escalera, haciendo bastante ruido.
— Venga, estate quietecito, traviesillo… — La risa de la chica que subía corriendo por las escaleras delante de una persona que no llegó a ver.— Vamos, corazón, que primero tenemos que llegar a la habitación, cielo…
El hombre no dijo nada, pero cuando llegó a la altura de la pareja, lanzó una mirada intensa hacia él.
Le había encontrado. No lo había visto nunca. Solo había sentido su presencia, pero sabía que estaba frente a esa presencia que le estaba persiguiendo.
Pero, sorprendentemente, no hizo ningún movimiento hacia él. Después de esa intensa mirada, le ignoró totalmente, siguiendo a la muchacha que llevaba el corto pantalón por debajo de lo que era aconsejable para no mostrar nada de sus glúteos.
Las chicas se saludaron con un rápido movimiento de cabeza, y se ignoraron también.
La pareja se dirigió a la habitación 105, abrió la puerta y entró, precipitadamente, entre las risas de la chica y las manos ávidas de carne de su cliente.
— Esta chica no sabe comportarse – Su compañera ocasional no parecía muy amiga de la otra. Él estaba asustado. Debía irse de allí ya mismo. Su integridad corría peligro y la carga que llevaba…
— Ven, conejito, que te voy a enseñar cositas…
Antes de que pudiera reaccionar, la muchacha le arrastró hasta la habitación 106, mientras sus labios buscaban los suyos y le forzaban, de una manera bastante extraña a seguirla.

Entraron en la habitación, y se permitió un respiro. La chica utilizaba alguna droga en sus labios para tenerlo obnubilado. Ceniza de Sal, seguramente. Un potente psicotrópico que confunde al momento, pero que se diluye enseguida. Quizá por eso su perseguidor estaba confuso. Quizá por eso podría escapar.

viernes, agosto 29, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo tres)



3. La habitación de al lado

La luz estaba apagada, y no conseguí adivinar nada de lo que podía haber allí dentro. Un olor acre y nada agradable flotaba en el ambiente. Nada bueno.
Busqué a tientas el interruptor, y cuando lo alcancé, mi dedo quedó cubierto de un líquido espeso y medio cuajado.
Sangre, claro.
Accioné la luz y me dispuse a ver algo sumamente desagradable.
Efectivamente, preferí no haber pulsado nunca ese interruptor. La escena que se presentaba ante mis ojos, ya curtidos en escenas tórridas y nada tranquilizadoras, no era la peor que había visto, pero se acercaba bastante a ella.
La cama estaba cubierta de sangre, cuyas salpicaduras alcanzaban la puerta del baño, el techo y parte de la pared junto a la puerta.
No se veía ningún cadáver que hubiera perdido tanto líquido, pero me daba la sensación de que lo vería pronto.
Un reguero de sangre, como si hubieran arrastrado un cuerpo, llegaba hasta la puerta del baño.
¿Otro cadáver decapitado?
A diferencia de Shantia, que no presentaba más herida que el cuello roto y del tipo del maletín, al que le faltaba la cabeza pero no había derramado ni gota de sangre, la pobre chica que estaba tirada de cualquier manera en la bañera había sido desangrada sin piedad.
Flotaba en un charco rojo que parecía que había salido de su cuello desgarrado. Obviamente, no era todo sangre, sino que el asesino había llenado la bañera con agua y la había dejado allí, como si estuviera desfrutando de su último baño.
¿Tres asesinatos en un mismo hotel, más o menos en el mismo periodo de tiempo y en habitaciones contiguas? Me gustaría creer en las casualidades, pero no lo hago.
De todas maneras, por mucho que me esforzara por entender qué había podido ocurrir, no veía ninguna relación entre lo sucedido en ambas habitaciones.
Dejé el cadáver tranquilo, para que lo examinaran después Doc y Felip, y salí a la habitación.
Intenté determinar cómo se habían producido los hechos e intentar adivinar donde encajaba todo esto. Tampoco reconocía a la chica, así que no trabajaba para la Casa de Elba.
No era raro. El Marlowe acogía a chicas de varias Casas, e incluso a las pocas independientes que trabajaban en la zona. Luego intentaría identificarla, pero mi prioridad ahora era determinar qué había ocurrido, quien había cometido estos asesinatos, y evitar que se produjeran más asesinatos.
Me acerqué a la puerta, y busqué un ángulo de visión que me permitiera controlar bien el escenario del crimen.
La habitación era idéntica a la otra, pero invertida. Es decir, estaba distribuida completamente al revés. Los baños de ambas coincidían pared con pared. No sabía qué podría querer decir eso, ya que los dos eran completamente independientes y no comunicaban entre sí. Al menos, que yo supiera.
Salí de la habitación y me dirigí a Narm, que vigilaba la puerta de la habitación donde estaban Doc y Felip. Quba me miraba con cara de saber que algo iba mal.
— Narm, por favor, dile a Doc que en la 105 tiene trabajo también. Otro cuerpo. Y con mucha sangre.
— Vaya, Felip estará contento. – Me contestó con una ligera sonrisa en la boca. Al ayudante de Doc le entusiasmaba la sangre. Seguro que disfrutaría, tras estar revisando una escena en la que no había ni gota.
— Quba, por favor, entra conmigo en la habitación.
La silenciosa mutante sonrió y, sabiendo que iba a encontrar algo interesante, me siguió hasta la puerta de la 105.

viernes, agosto 22, 2014

HOTEL MARLOWE (Capítulo dos)


— Ey, amigo. ¿Quieres pasártelo bien?
El hombre miró hacia donde provenía la voz. Un grupo de chicas jóvenes, entre los veinte y los veinticinco años, a lo sumo, le miraban mientras intercambiaban risas y cuchicheos.
— Sí, tú, el tipo de negro… ¿No te gustaría pasar un buen ratito conmigo?
El hombre tragó saliva y pensó muy bien lo que iba a decir. No se sentía tranquilo en ese vecindario, y tenía una misión que cumplir. Y tenía que pasar desapercibido. Muy desapercibido.
— Eh… no… Tengo prisa, gracias.
Intentó zafarse del camino del grupo de chicas, pero estas le cerraron el paso.
— No quieras irte tan deprisa, guapetón. – Le espetó una morena de pechos generosos.
— Lo siento, yo… — Con nerviosismo y poca caballerosidad, se zafó del grupo, que continuó con las risas y las burlas hacia él.
— Bueno, chico, tú te lo pierdes… — Sentenció la morena, mientras las otras coreaban su ocurrencia.
El hombre aceleró el pasó y entró en el túnel de Juegos, que a esas horas bullía de actividad. Se abrió paso con rapidez y llegó al otro extremo. Solo tuvo que rechazar a dos grupos de prostitutas más y varios vendedores de cristal para conseguirlo. Ningún problema. Nunca había sentido la necesidad de consumir ninguna de las dos cosas y pudo salir sin problemas de la zona más concurrida del barrio.
Se orientó mediante el localizador de su muñeca y enfiló por la calle en dirección al puerto. Entonces, lo vio.
Fue una sombra, un breve parpadeo en lo alto de una azotea. En la de un edificio de los que se alzaban en esa zona, de apenas cuatro alturas, creyó ver una silueta. Una silueta familiar y que no esperaba ver ahí.
La visión de esto le alteró y comenzó a correr. No podía permitir que lo cogieran. La carga que custodiaba era demasiado valiosa para que cayera en sus manos.
Recordó las indicaciones, y apretó con fuerza el maletín contra su pecho. La información debía llegar hasta su destino o no llegar a ningún sitio.
— Ey, guapo. ¿Quieres divertirte?
El sonido de la voz de la joven le sacó de su ensimismamiento y esta vez, decidió hacerle caso. En cualquier lugar estaría más seguro que en la calle.
— Sí, claro. – Contestó a la joven, rubia y con buen cuerpo, que no pasaba de los 25 años, si es que los tenía.
— ¡Guau! Eres rápido decidiéndote, guapo. ¿Quieres que nos vayamos a un sitio más tranquilo?
— ¡Sí! – la afirmación le salió muy vehemente, algo que la joven interpretó como una excelente posibilidad de sacarle más dinero del que le sacaría en un servicio normal. Al fin y al cabo, parecía un tipo limpio, con pasta y ese maletín rojo que llevaba le identificaba como un hombre de negocios buscando emociones fuertes en el barrio más conflictivo de la ciudad. – Vamos a un sitio seguro… tranquilo.

— Conozco el lugar ideal, amor… Ven…



jueves, agosto 14, 2014

HOTEL MARLOWE (Primer episodio)

 1. El Hotel Marlowe


Llegué en menos de tres minutos a la puerta del hotel. El aviso había surgido del Vicom de Shantia y señalaba el código de mayor urgencia posible. Algún cliente pretendía hacerle daño, y en el caso de Shantia, eso era algo muy preocupante.
Se trataba de una mutante de nivel tres. No es que fuera capaz de reventar la cabeza a nadie moviendo la nariz, pero sí que sabía cuidarse y no era nada sencillo amedrentarla.
Un aviso de esa magnitud significaba que estaba muy asustada.
El Marlowe era un hostal bastante mejor de lo que abundaba en la zona del Distrito Azul. Su fachada era de azulejo ventilado, y lo mantenían bastante bien. Curiosamente, no era propiedad de Salamanca, pero los dueños eran viejos conocidos de sus padres, y tenían muy buena relación con ella.
El vestíbulo estaba tan bien cuidado como el exterior, con muebles sencillos pero bien cuidados y limpios. No era un local que yo frecuentara mucho, y me extrañó que hubiera problemas en una de sus habitaciones.
No tenían una mala seguridad, y eran bastante escrupulosos con sus clientes. Un oasis de normalidad y buenas maneras entre el cenagal donde estaba situado.
Tras el mostrador estaba Ruiz, un pequeño pero vivaracho cuarentón que parecía vivir en su puesto de trabajo. No había entrado muchas veces en el Hostal, pero siempre estaba ahí, mirando los monitores de seguridad y arreglando papeles. Muchos papeles.
Cuando irrumpí, noté que sus ojos me miraban inquisidores. No le gustaban las prisas, y mi entrada había sido todo menos tranquila.
—— Vaya, tenemos prisas, ¿eh?
—— Déjate de formalismos, Ruiz. Tengo un aviso de Shantia. ¿Dónde està?
Su cara mostró un poco de sorpresa. La justa. No había detectado ningún indicio de violencia en los monitores, y los bots de limpieza no habían reportado incidentes durante las últimas horas. El último fue dos días antes, y había sido un cliente que se había pasado con el licor de Grant del mueble bar.
— No veo que haya nada irregular en la habitación de Shantia.
— Déjate de tonterías. ¿Qué número es?
Suspiró, pero sabía que no me iba a dar por vencido tan pronto, y acertadamente prefirió darme el número de habitación.
— Ciento seis.
Tiré escaleras arriba, hacia el primer piso. El recibidor se abría hacia dos pasillos. Uno permitía el acceso a las habitaciones 101 a 106 y la otra, del 107 al 112. Me adentré con prisas, pero con la precaución necesaria. Es decir, desenfundé el Taser.
Utilizaba un modelo 101—S, ligero, manejable y muy versátil. Se solía dejar de lado siempre porque no era necesariamente letal. Aún así, bien utilizado podía dejar fuera de combate a un oponente durante varios minutos. Lo justo para poder solucionar los problemas que se presentasen.
A medida que me acercaba a la puerta 106, me maldije por no haber preguntado quien era el cliente de Shantia. No solía meterme en problemas con gente que no conocía, y la urgencia del aviso me había preocupado bastante.
Escuché como Narm y Quba llegaban a recepción y Ruiz les informaba que yo estaba arriba. Mejor. Si había problemas serios, contar con la fuerza de uno y la agilidad de la otra me vendría muy bien.
Llegué a la puerta, mientras los pasos de mis chicos les llevaban hasta el primer piso. No quise esperar, así que me dispuse a llamar. Ruiz había sido más listo de lo que me esperaba, y un clic me informó que había abierto la cerradura desde abajo. No era tonto, no. Cuanto menos ruído, mejor para todos.
Empujé la puerta y entré sin miramientos. La habitación estaba en silencio, sin ningún movimiento perceptible. La cama estaba deshecha. Destrozada sería una descripción más ajustada a lo que encontré. Ni rastro de la chica ni su cliente a primera vista.
Una vez la luz encendida, me di cuenta de que había un rastro de sangre que llegaba hasta la puerta del cuarto de baño, que estaba entornada.
Sin dejar de apuntar, me acerqué hasta ella, pero con la precaución de llevar el brazo derecho levantado, como aviso a mis chicos de que estaba ahí y que guardaran silencio.
Quba llegó antes y no tuve que hacerle otra señal. Se lanzó contra el otro lado de la puerta del baño, dispuesta a saltar sobre quien quisiera salir de allí.
Narm se lanzó al suelo y comprobó que bajo la cama no había nadie. Sería algo extraño, ya que la parte inferior de la misma generaba un campo magnético que permitía que la cama levitase, pero impedía que nadie se refugiara bajo ella. Aunque no sería la primera vez que alguien intentara sorprenderles así.
Se levantó de golpe y antes de que yo me acercara a la puerta, ya estaba apuntando a la puerta con su Taser 1001C.
Empujé la puerta hacia dentro, y antes de que pudiera reaccionar, Quba se lanzó al interior, desoyendo mi protesta. Tenía que hablar con ella. No consentía que yo corriera peligro, y era demasiado osada en esos momentos.
— ¡Mierda! – La oí mascullar entre dientes.
No tardé ni un segundo más en ver qué le había contrariado tanto. El cuerpo del presunto cliente de Shantia estaba sentado en la taza del vater. Su cuerpo, al menos, porque su cabeza había desaparecido. El cadáver, todavía vestido y totalmente lacio, se apoyaba en la cisterna. Un maletín de color rojo se apoyaba en sus pies, perfectamente cerrado. Un primer vistazo me hizo saber que no había sido forzado.
Mientras yo me hacía la composición de la situación y me preguntaba donde estaba la cabeza del tipo, Quba se acercaba a la bañera. Dentro estaba Shantia.
Había muerto a causa de la rotura del cuello, que provocaba una extraña y antinatural postura.
— Joder…— La ágil mutante no se llevaba especialmente bien con las chicas, y Shantia no era una excepción, pero sabía que debía protegerlas y solucionar este tipo de problemas. Y había fracasado.
Yo me llevaba muy bien con la mayoría de chicas (de forma profesional, claro. Salamanca no permitía ciertas libertades a sus subordinados, ni aunque fueran de mi posición), y conocía muy bien a Shantia.
Era una chica joven, de apenas 23 años, que había llegado huyendo de un padre alcohólico y una madre ludópata. Salamanca le había dado un lugar donde volver a empezar, y cuando terminara el contrato de cinco años, sería una mujer con una buena posición económica y un trampolín social que le permitiría medrar sin problemas en la gran ciudad.
Ahora, estaba muerta, con el cuello roto en una bañera de un hotel situado en uno de los peores barrios de la ciudad que ella quería comerse.
No había nada alrededor que atestiguara qué había ocurrido en la pequeña estancia.
Shantia estaba desnuda en la bañera, que sin embargo estaba vacía y seca. No se había caído y roto el cuello, obviamente. Alguien la había asesinado, aunque no parecía que hubieran abandonado la habitación.
El cliente estaba vestido, tal y como pareció en un primer momento, y lo único que faltaba en él era la cabeza.
Una escena a la que también le faltaba otra cosa, tal y como apuntó Narm.
— ¿Dónde está la sangre?
No me había dado ni cuenta, pero en la escena del crimen no había ni una sola gota de sangre. Algo inaudito si tenemos en cuenta que la cabeza del cliente había sido cercenada y tenía que habar salido algo parecido a un surtidor de ella.
No cuadraba nada en esa dantesca escena.
— ¡¡Joder!! – La pequeña cabeza de Ruiz asomó entonces en la habitación. —— ¿Qué ha pasado aquí?
Maldije en voz baja y salí a la habitación, juntando la puerta tras de mí. Quba se quedó dentro intentando encontrar algo que le diera una respuesta.
— Ruiz, no dejes entrar aquí a nadie, ¿me oyes? ¡A nadie!
El jaleo había alertado a los clientes de las habitaciones cercanas y algún osado se asomó a ver qué pasaba. Ruiz los aventó con energía y les hizo entrar en las habitaciones y cerrar las puertas.
— Venga, aquí no ha pasado nada. ¡Volved a lo vuestro!
Como si hubiera sido una indicación, las chicas invitaron a sus clientes a volver al interior de las habitaciones. Si alguno requería algún servicio extra, ya lo cobrarían después. Sabían donde estaban y lo que tenían que hacer.
Yo volví dentro del aseo, y llamé a Quba. Mejor que se apartara y no cubriera ninguna huella que pudiera servir para averiguar qué había pasado ahí dentro.
— Narm, llama al Doctor. Quiero que busque una explicación a esto. Ruiz, necesitaré las grabaciones de este pasillo, y todo lo que pueda servir para saber quien entró y quien salió de esta habitación.
— Para el carro, chaval. Eso me lo tendrá que decir mi jefe. No puedes…
— Mira Ruiz, ya estamos bastante jodidos. No me hagas perder el tiempo. Ve buscando esas grabaciones, que yo hablaré con tu jefa y se lo explicaré todo.
Me miró con cara de enfadado, pero era inútil. Sabía tan bien como yo que el lío era gordo y que se debía solucionar todo con la mayor celeridad.
Además, sin polis, y de la forma más discreta posible. Sabía perfectamente que Salamanca me dejaría hacer sin problemas. A lo sumo, enviaría a una o dos de sus chicas para tenerme controlado.
A diferencia de otros grupos, donde se podían encontrar indistintamente a varones o hembras en los equipos de trabajo, Salamanca decidió que solo podía confiar en mujeres y se rodeó de un importante número de ellas. Jóvenes y guapas, por cierto.
Cada uno tiene sus gustos…
Mientras Narm hacía la llamada a la Casa Elba, yo marqué el número privado de Salamanca. Pese a lo intempestivo de la hora, sabía que ella en persona contestaría.
— Dime.
— Perdona que te moleste a estas horas, Salamanca, pero tenemos un problema en el Marlowe.
Intenté que mi voz sonará lo más profesional posible, pero no pude evitar que notara cierto nerviosismo e ira mal controlada en ella.
— ¿Qué ha pasado?
— Alguien ha asesinado a una de las chicas y a su cliente. Estamos procesando la habitación e investigando lo sucedido. Tranquila, lo dejaremos todo limpio en cuanto podamos.
— Ya veo. ¿Quién es la desdichada, si se puede saber?
Me lo pensé un poco antes de decírselo. Shantia había sido tentada por la seguridad de Salamanca, y se negó. Al parecer, le apetecía más vender su cuerpo que servir en la guardia pretoriana de la dama.
— Shantia.
— Vaya, una muchacha encantadora. Sí que es una lástima. Espero que cojas pronto al cabrón que le ha hecho eso. Y que averigües quien le ha cortado la cabeza al pobre desgraciado que iba a corromperla.
Otra vez. Ya sabía todo lo ocurrido, incluso antes de que le llamara yo. Habría buscado una cámara oculta en el techo, pero sabía que era inútil. Si existía, no lo sabría hasta que Ruiz decidiera pasarme la grabación.
— Tranquila, lo haremos. Esto no quedará así.
Una señal de Narm me indicó que Doc venía en camino.
— Te tengo que dejar. Hay mucho que mirar aquí.
— Bien, espero tus noticias. Yo informaré a los propietarios del Marlowe.
Colgué con ese regusto extraño que me quedaba siempre tras hablar con ella.
La llegada de Doc había creado un poco de revuelo. Su presencia era bastante… llamativa.
Una gabardina de piel negra que le llegaba casi hasta la suela de sus botas militares, sus guantes del mismo color y un sombrero de cuero negro enmarcaba la pálida y estirada cara. Un aspecto que era su tarjeta de presentación desde hacía más tiempo del que podían recordar la mayoría de los empleados de Salamanca. Y habían algunos empleados que llevaban muchos años al servicio de la Dama.
Doc subía por las escaleras, y aunque sus botas deberían hacer suficiente ruido como para despertar a todos los inquilinos, solo un leve siseo, ligero y casi inaudible marcaba la presencia del experto de la Organización.
Su voz sonó tan gélida como su presencia.
—— Hola, ¿dónde está la víctima?
Como siempre que tenían que cruzar sus caminos, un escalofrío recorrió mi espalda. Luego me acostumbraba a su presencia, pero siempre estaba ese momento, el primero, en que su voz, cortante como el hielo, helaba la sangre de su interlocutor.
—— Hola, Doc. – Siempre intentaba que no se notara, aunque sabía perfectamente que él sabía lo que yo sentía y, además, disfrutaba con ello. – En el servicio, ella en la ducha y él sentado en el retrete.
— Uhm… Interesante. Veré qué puedo sacar de todo esto.
Su falta de interés por la presencia de dos cadáveres hizo que me irritara aún más. No es que yo llorara demasiado por la muerte, pero esa chica estaba bajo mi protección, y le había fallado. No a Salamanca, sino a ella.
Mientras Doc entraba, un estruendo hizo que volviera mi mirada a la escalera. Igual que el silencio imposible del especialista me producía escalofríos, el ruido que provocaba su ayudante no me era extraño.
— Ops… Perdón, perdón, perdón…
El joven, que no tendría más de 22 años, era un estudiante que había entrado al servicio de Salamanca hacía poco más de tres años, era un completo desastre llevando bultos y siendo sigiloso, pero en cuanto se ponía a trabajar, su pericia rivalizaba con la de su maestro. Por eso, fue reclamado inmediatamente por Doc para ser su ayudante.
— Tranquilo, Felip, no pasa nada. Doc está dentro.
— Sí, lo sé. ¡Te dejo!— Entró en la habitación tras esta despedida y cerró la puerta tras él. A Doc le gustaba trabajar en soledad, a excepción de su ayudante. Durante un par de horas, estarían los dos allí, solos, buscando cualquier cosa que pudiera ser relevante para la investigación. Y no solían dejarse nada en el tintero.
Dejé a Narm al cargo de la custodia de la puerta, y, más por instinto que por notar algo extraño, me acerqué a la habitación 105, la que estaba más cerca de la que acabábamos de dejar.
Probé el pomo, y recordé por qué mis intuiciones eran tan apreciadas en la Casa Elba y por qué seguía con vida, tras meterme en tantos problemas.

Con un clic, la puerta se abrió.